WWC dia 3: chocolates calientes

Esto... seeeeh yo dije que iba a escribir todos los días... Bueno, digamos que tengo la constancia de una bola de nieve y que en verano no me apetecía ponerme a pensar en el frío, además de que no estuve demasiado quieta como para conseguir escribir todos los días. A ver si los reyes se portan bien y me regalan una tablet o algo, para lograrlo... *dedos cruzados*
Bueno, este relato es continuación del WWC día 1, que al releerlo me dieron ganas de continuarlo, la verdad es que me salió un capítulo larguillo, y creo que concluirá con un tercer relato, pero no sabría decirlo.
En todo caso, disfrutadlo :).



Winter Writing Challenge 3: chocolates calientes.


El segundo día de trabajo de Mara había sido como un sueño hecho realidad. Comenzar el día con una taza de chocolate caliente, arreglarse con ropa recién comprada gracias a la increíble propina que una anciana ayer le había facilitado, y salir de nuevo a la calle, disfrutando del aire navideño, sabiendo que estas iban a ser unas fiestas completamente diferentes.
Y todo gracias a un tropiezo que bien podría haber acabado con ella.
Todo gracias a Grant.
Sonrió, acordándose y sacando de su bolsillo la tarjeta de cartón con el nombre y el número del chico. Había estado tentada a llamarle por la noche, pero el nerviosismo había podido con ella y nada más coger el teléfono lo había lanzado al otro extremo de la habitación. Todavía recordaba el calambrazo que había sentido al coger el teléfono, como si de verdad su cuerpo se negara a llamar.
- Tienes que vencer el miedo, Mara - Se dijo a sí misma, mientras iba sacando libros y distintos objetos de las cajas que su jefe guardaba en el trastero. Se detuvo al ver un lienzo pequeño, de estilo impresionista, que mostraba un paisaje portuario muy similar al usado por William Turner. Pasó las manos por el lienzo, recordando como él le había comentado su deseo por estudiar artes, pensativa.
Si él le había dado su sueño, ella al menos debería intentar devolverle el favor.
Siguió sacando los objetos, tanteando en el bolsillo trasero de su pantalón en busca de la tarjeta que antes había guardado.
- Debería esperarme un día, dijo tres… dijo tres…- Murmuraba, esta vez colocando los libros en las estanterías. Era un alivio que fuera demasiado temprano como para tener clientes, pues no se veía en condiciones de hacer algo que no fuera sacar libros y organizar escaparates. Hablar con alguien que no fueran libros ahora mismo podría costarle su trabajo. Y no quería eso, era el mejor lugar que había conocido.
Terminó todas las cajas que habían dejado sobre el mostrador y, viendo que llegaban las diez, negó con la cabeza ante la idea de coger otra y se situó tras el mueble, sentándose en una banqueta mientras revisaba las ventas y miraba de reojo el teléfono colocado a su lado. La tentación empezaba a apoderarse de ella y e hizo que el nerviosismo pasara a un segundo plano, mientras se acercaba cada vez más al teléfono.
- Mara, me quedaba una caja en el trastero, ¿puedes recogerlo mientras yo me encargo de atender a los clientes?
La aludida asintió, cediendo paso a su jefe con una sonrisa cálida. Echó un último vistazo al teléfono, a la tarjeta que había vuelto a sacar de su bolsillo. Con algo de pesar, decidió dejar el teléfono para más tarde, y bajó la gruesa caja que había en el trastero, más cubierta de polvo que la anterior, y con el contenido oscilante mientras bajaba por las escaleras intentando no matarse.
Suerte que había pasado un par de meses en el negocio de la hostelería, si no, bien se sabría el resultado, la caja en el suelo y el despido a la orden del día.
Sonrió, satisfecha al ver que había descendido los escalones sin haber volcado la caja, como bien se temía. Tal vez Grant tenía razón, y su suerte había cambiado por fin. Observó la caja y, viendo como la tienda comenzaba a llenarse, rompió el precinto y se dedico a ir sacando los objetos que había allí.
Al principio creyó que se trataba de maquillaje, porque había muchas latas con polvos de diferentes colores. Pero eran demasiado chillones, azul cían, amarillo y magenta, repetidos varias veces. Era pintura, como reconoció al ver al lado un lienzo y un atril desmontado.
No pudo sino volver a pensar en Grant. Aquello debía ser una señal.
Apartó la pintura, dejando una nota para indicar que pensaba comprarla, y corrió a atender a la pareja que entraba al local y parecía buscar algo en concreto en el escaparate.
Con una sonrisa, se dirigió a ellos, mirando de reojo el teléfono al lado de la caja registradora cada vez que ellos se lanzaban una mirada cargada de amor. Tenía envidia de cada segundo que se pasaba esperando a que las veinticuatro últimas horas finalizasen y pudiese seguir el plazo tal como él había previsto. Estaba desperdiciando la oportunidad de verle y, lo peor de todo, podría ocurrir que su suerte cambiase.
No, estaba teniendo unos días maravillosos y ella no había pedido más que tres días, las cosas podrían acabar mal. No podía arriesgarse más.
Cobró a los jóvenes, que se llevaron un reloj de bolsillo con un grabado romántico. Algo demasiado personal, que no sería suyo al cien por cien. Ese era uno de los secretos de aquellas tiendas, algo que no le gustaba a todo el mundo. Sentir el vínculo anterior y notar la importancia del objeto, la empatía que transmitía… Para Mara, aquello era mágico.
Y, con la sensación de satisfacción inundando sus pulmones, cogió el teléfono y marcó casi antes de poder impedírselo. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, el teléfono había marcado dos veces. No podía colgar ahora, aunque claro, él no sabía desde dónde estaba llamando ni que era ella. Tal vez no sería tan raro. Todavía estaba a tiempo de poder colgar…
- ¿Hola?
- Mierda.- Musitó Mara, tapando el teléfono para que no llegara la maldición, y volviendo a destaparlo para hablar con un ánimo excesivo.- Hola Grant, soy Mara, no sé si me…
- Ah, Mara, claro.- Se escuchó un cambio rápido en el tono de su interlocutor, lo que hizo que la joven se ilusionara de nuevo, apretando los puños con una sonrisa en el rostro. No podía contener las ganas de chillar.- ¿Qué tal el trabajo?
- Es maravilloso, Grant. Muchísimas gracias por ayudarme.- Comentó, enrollando el cable del teléfono entre sus dedos, distraída.- De verdad, nunca podré agradecértelo lo suficiente.
- Siempre puedes intentarlo.
Mara arqueó una ceja, apoyando su cadera en el mostrador mientras seguía hablando. No podía ser que la estuviera incitando a ello.
- ¿Quieres que intente compensarte?
- Bueno, eso implicaría verte.
El corazón le dio un vuelco. No estaba preparada para esas cosas, para tal cambio de suerte en su vida, para que alguien como Grant decidiera que era buena idea quedar con alguien como Mara. No era un milagro de navidad, eso sería simplemente el encontrar el trabajo, o tener ahorros para el suéter tan bonito que vio en el escaparate. Las estrellas debían haberse alineado.
- ¿Quieres tomar un chocolate?- Propuso, ya sentada sobre el mostrador.
- Esta tarde, en la cafetería del otro día. ¿Salías a las nueve?
- Sí.
- Pues mejor te paso a buscar.
El cambio hizo que Mara sospechara.
- ¿Qué pretendes, Grant? Creí que era yo la que tenía que compensarte…
Pudo escuchar su risa. Aquella risa no podía salir de ningún ser humano. Tenía que tratarse de un robot. Ya todo tenía sentido. Por eso era tan perfecto.
- Bueno, pensaba ir a cenar a un sitio mejor. ¿acaso tienes un plan mejor?
Mara se mordió el labio inferior, pensativa. De golpe, una bombilla se iluminó en su mente, y asintió.
- Esta noche escojo yo…
- Así que habra más.- Le cortó Grant. Se sonrojó, algo nerviosa al darse cuenta que sí, habría más. No cabía en sí de gozo.
-Bueno, si quieres…- sonrió, nerviosa, haciendo tamborilear sus dedos en la mesa. No podía quedarse quieta. - ¿Te pasas por aquí?
-Por supuesto, estaré para el cierre.- mara sonrió.
- Voy a colgarte, vuelvo a tener clientela.
-Está bien…
Hubo un silencio tenso, algo nervioso, en el que ninguno de los dos supo cómo despedirse. Un “te…” fue a escapar de los labios de Mara, pero ella, antes de dejar que las palabras surgieran, colgó con algo de brusquedad, conteniendo la respiración sin saber cómo pudo haberse puesto tan nerviosa al final de la charla.
Rió, pasándose las manos por el cabello, intentando contener su histerismo. Se acercó a los nuevos clientes, dispuesta a serenarse.
- Buenos días, ¿necesitan algo?

- Muchas gracias, felices fiestas.- Repitió Mara por enésima vez en el día, aprovechando que la tienda se había vaciado para hacer caja. Miró su reflejo, adecentándose el cabello. Eran las ocho y media, y necesitaba estar más o menos presentable antes de salir.
- Deja de peinarte, estás muy guapa.- Comentó su jefe, repitiendo lo que llevaba toda la tarde diciendo.- El chico ese no te va a quitar ojo de encima.
- Es usted demasiado amable, Harold - Rió ella, aunque le hizo caso y se limitó a pasarse el cabello por detrás de la oreja, volviendo a contar los billetes y revisando los pagos. El anciano estaba supervisando cada uno de sus movimientos.
- ¿Pagaste ya lo que te habías adjudicado?- Preguntó, mirando de reojo a la joven. Ella negó, señalando el ticket sin cuadrar que había quedado a un lateral.
- Tengo el dinero en la cartera, pero no he tenido tiempo de ir a por él…
- Dame el ticket, por favor.- Ella obedeció, siguiendo los movimientos del hombre. Se sorprendió cuando vio cómo lo rompía en cuatro pedazos y los colocaba en la chimenea que había tras ellos.- Descuento de empleados.- Explicó.
Mara sonrió, ilusionada por la amabilidad del hombre.
- Gracias…
- Felices fiestas.- El hombre observó el panoara enla calle, y se acercó a la puerta para colgar el cartel de cerrado.- Comprueba que está todo recogido y vete, seguro que el chico viene pronto.
La sonrisa volvió a ensancharse en su rostro, sacando una escoba y barriendo la suciedad del suelo de madera con una rapidez pasmosa. Quitó un poco del polvo de las estanterías y cuando hubo finalizado alzó la cabeza para ver a un joven esperando al otro lado del escaparate. Sonrió, corriendo a la puerta.
- Entra si quieres, Grant, tengo que coger el abrigo y ahora salgo.- Comentó, sin siquiera saludar. El joven rió, obedeciendo y entrando, calentándose las manos nada más guarecerse en el pequeño local. Mara corrió al otro lado de la sala, hacia el cuarto de personal, cogiendo su bolso, su abrigo y una gruesa bufanda azul con unos abetos verdes en los extremos, bastante navideña. Grant sonrió.
- Es una bufanda peculiar.- Rió, abriendo la puerta para que saliera.
- La hizo mi madre, cuando todavía se dedicaba a hacer cosas de punto. Tengo que insistirle en que repita, la verdad, le encantaba y queda bonito.
- ¿Y por qué no lo hace y lo vende? Existen muchos portales de venta por internet…- Comentó, sonriendo.- Podría crear una pequeña tienda.
Mara se lo planteó, sonriendo. Su madre llevaba unos meses desanimada por no poder encontrar trabajo, seguramente, aunque fuera poco dinero, le ilusionaría volver a aportar algo que no fuera una pensión al sueldo familiar.
- Es una buena idea. Me tienes que enseñar esos trucos.
- Claro.- Grant sonrió, siguiendo los pasos de Mara mientras intentaba descifrar el camino que estaban siguiendo.- ¿A dónde vamos?
- Primero, a tomar un chocolate caliente.- Rió, pasando al lado de una churrería ambulante y pidiendo dos vasos y un rulo de churros. Le tendió uno de los vasos al joven mientras pagaba, cogiendo tanto los churros como su propio chocolate. Un vaho se formaba en la superficie de la bebida.
- Ten cuidado, quema.- Comentó Grant, con los labios cubiertos por el chocolate. Era tentador acercarse y limpiarlo de un lametazo la fina línea que formaba su sonrisa.
El momento mágico observando sus labios con fascinación finalizó cuando él se limpió con el dorso de la mano, y Mara bajó la vista a su propio chocolate para intentar no pensar cosas lascivas de nuevo.
- Caminemos para que se enfríe.- Logró decir, alzando el brazo mientras dejaban la zona comercial y se acercaban a uno de los edificios más característicos de la ciudad, de estilo renacentista y con el portón abierto de par en par, iluminando todo a su alrededor e invitando a entrar a aquella sala que parecía desprender calor.
Grant sonrió.
- Un museo de arte, ¿eh?- Rió, mirando de refilón a la risueña Mara.
-Y jornada de puertas abiertas, para más inri.- La joven se tomó de un trago lo poco que quedaba en su vaso de chocolate, relamiéndose segundos después. Se sorprendió, sonrojada, al ver que Grant se quedaba igual de fascinado que ella con sus labios.- Deberíamos juntarlos.
- ¿Qué?
No podía haber dicho eso en voz alta.
Mara se sonrojó, caminando y bajando la cabeza mientras intentaba encontrar unas palabras que explicaran lo que le habían venido por la cabeza. Evidentemente, sin decir la verdad.
- Juntarnos dentro, eso dije.- Murmuró, caminando al interior. Grant sonrió, siguiendo a la joven.
La sala inical, con altos pasillos y calefacción, parecía más que suficiente para fascinar un ojo inexperto en arte como el de Mara. No solo había una muestra de lo que podía verse en el interior, lo que hizo que Mara se acercara a observar la programación, sino que, además, todo ello estaba acompañado de una iluminación perfecta y una música suave en la distancia.
Grant cogió su abrigo y fue a dejar ambos al guardarropas, mientras ella se acercaba a uno de los lienzos más grandes que había visto, observando cada trazada meticulosa.
- Ningún médico alcanzará nunca la precisión de este trazo.- Sonrió ella, girándose para ver la cara del joven.
- Oh… ¿Hemos venido para esto? No sabía que fuera una emboscada.
- Vamos, no te poingas así- se quejó ella, arrastrándole al interior del museo. Grant se dejó guiar hacia uno de los cuadros.- Este hombre seguro que no se dedicó al arte porque sus padres le obligaron, sino porque era su vocación…
- Mara, no…- Comenzó él, intentando no ser cautivado por sus teorías.
- Vamos, hace unos días me dijiste que siguiera mis sueños, ¿y tu no sigues tu propio consejo? ¿qué clase de doble moral tienes?
Él meditó en sus palabras, observando más de cerca el cuadro que había frente a él.
- Si comprendo tu punto, pero… decepcionaría a mis padres.
- ¿Y prefieres decepcionarte a tí mismo?- Preguntó la joven, alejándose unos pasos para que las palabras maceraran en su cabeza.
Grant volvió a mirarla, y, tras unos segundos, llevó la vista al cuadro. Aparentemente confuso, se sentó en el banco colocado en el centro de la sala. Mara se sentó a su lado. Pasaron unos cuantos minutos en silencio y, cuando Mara se preguntó si algún día dejaría de observar aquel cuadro de los nenúfares que tanto tiempo llevaba observando, pudo ver de reojo la reacción en el rostro de Grant.
- Es difícil…- admitió, posando la mano sobre la de ella.- Pero creo que entiendo tu punto.
Le estaba costando explicarlo, Mara lo notaba. Apoyó una mano sobre la de él, tensa y prieta.
- Bueno, no creas que para mí ha sido fácil adaptarme a un cambio tan brusco.- Comentó, haciendo que el joven sonriera y posara la vista en ella.- Pero no lo cambiaría por nada.
- Pues a mi me sigue doliendo la caída.
Mara bufó, golpeando de broma el brazo de su compañero.
- No me refería a eso. Venga, sigamos dando un paseo. No solo hemos venido para que tengas una revelación vocacional. Sé que te gusta el arte.
La sonrisa de su compañero calentó su cuerpo lo suficiente como para ser capaz de levantarse, tirando de él de sala en sala mientras él se detenía a observar trazos en el lienzo que eran minuciosos, pero a los que Mara no encontraba significado. Había visto miles de obras y ni una sola que hubiera dado un vuelco a su corazón. Grant, por otro lado, parecía encontrar un detalle nuevo en cada cuadro que hacía que sus ojos verdes brillaran con tanta fuerza como un brote en primavera.
Poco antes de medianoche, habían logrado dejar de lado el museo, aunque apenas habían visto bien dos salas.
- Volveremos, tranquilo.- Prometió Mara, sonriente.
- ¿Vas a querer volver conmigo?
Ella alzó una ceja, mirándole.
- ¿Lo has pasado mal?
- No- Nego rápidamente, sacudiendo un poco de nieve de su cabeza. Mara alzó la cabeza para ver un par de copos caer, mientras escuchaba la explicación del chico.- Bueno, simplemente que a mí me sorprende que sigas queriendo pasar el rato con alguien tan soso como yo.
- Te menosprecias más que yo, que ya es decir. Estaría siempre contigo.- Cerró los ojos con pesadez tras escucharse. ¿Acaso no podía mantener la boca cerrada? Las mejillas le ardían de la vergüenza, y seguro que hasta los copos de nieve se fundían nada más rozar su piel.
Grant tiró de su muñeca, haciéndola girar.
- Repite eso.
- ¿Qué?- Intentó escaquearse ella, procurando no acercarse a su pecho ni sentir los latidos de su corazón.
- Lo de que estarías conmigo siempre.- Enrolló una mano en su bufanda, atrayéndola unos metros más hacia ella.
Mara se sonrojó.
- Bueno, eres sin duda alguna lo mejor que me ha pasado desde hace tiempo, y el primero en hacerme ver que no todo el mundo es gris. Claro que me gusta estar contigo…- Murmuró, acercándose un pequeño paso al pecho cálido del joven.
Grant sonrió, desviando la cabeza y pasándose la lengua por los labios. Antes de que ella pudiera preguntarle si se sentía frustrado, o había algo malo en lo que acababa de decir, se encontró con que el joven la tomaba con suavidad de las mejillas, agachándose para besar sus labios con suavidad.
Ella se dejó besar, todavía saboreando el recuerdo del chocolate caliente en los labios de su compañero, mientras se ponía de puntillas en un suelo nevado para alcanzar mejor su rostro, y rodeando su cuello con unas manos tímidas que apenas querían salir del abrigo cálido en el que se guarecían. Sintió que él también la atraía, sujetándola del borde del cinturón mientras las manos iban deslizándose hacia el interior del abrigo.
- Grant…- Susurró ella, apartándose lo suficiente de sus labios para hablar.- Hace frío.
El chico se sonrojó, observando a la joven y como sus mejillas sonrojadas perdían el color a la misma velocidad con la que lo habían cogido. Sonrió, atrayéndola hacia él mientras cubría bien su cuello con la bufanda.
- Está bien, sigamos caminando. Podemos… ir a mi casa…- Murmuro, algo inseguro, mientras miraba el reloj.- Pero están mis padres.
- En mi casa está mi madre…- susurró ella, triste, entrelazando su mano con la de él.- Pero no pasa nada, podemos quedar en otro momento. No voy a irme ahora.
Él sonrió, mirándola.
- ¿Lo prometes?
- Me daría más miedo que te fueras tú- Rió Mara, aunque sus palabras eran sinceras. Giró la vista, mirando al frente.
- No soy un sueño, te lo repito, Mara.- Sonrió, acercándose a su oreja.- Y, si este beso no te ha bastado, yo me ocuparé de hacerte algo que te convenzca de mi realidad.
Mara se mordió el labio inferior, sonrojada, y miró al joven algo nerviosa antes de acabar asintiendo.
Antes de poder darse cuenta, ambos jóvenes estaban en un taxi, pero ninguno dormiría en su cama aquella noche.
- Al Hotel Mirai, por favor.

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