WWC 4. Libros

Bueno, esta me la he tomado muy así, porque los menciono varias veces pero no es la esencia. Quería acabar ya con la saga de relatos, pero no lo suficiente como para sacarlo de la serie incial, el WWC.
Y es que este cuentito corto de 3 capítulos llega a su fin, por si te perdiste la primera o segunda parte, aquí están para vuestro disfrute, y por fin Mara y Grant van a tener un desenlace rápido ya que tampoco es que tuviera una trama para darle veinte mil vueltas a un mismo punto. Creo que es mejor dejar este relato como una bonita utopía navideña.
Hablando de utopías navideñas ¿Cómo han ido las vuestras? ¿Regalos bonitos? ¿Algo digno de mención? Esperemos que sí, que os hayáis portado bien y los reyes y santa claus hayan obrado en consecuencia ;)




WWC 4.- Libros

El carboncillo se movía sobre el papel con la misma suavidad con la que los labios de los jóvenes se habían recorrido los unos a los otros durante la noche. Cada sombra marcada en la hoja hacía recordar al joven el recuerdo de las noches pasadas, y, cuanto más suavizaba los bordes o movía los dedos sobre el cuerpo que andaba dibujando, más ganas tenía de volver a ocultarse entre las sábanas y dejar el retrato para más tarde.
Si no fuera porque Mara dormía…
Grant sonrió, disfrutando unos segundos más con el resultado de aquel retrato, antes de dejarlo sobre la mesita de noche de Mara.
La joven se giró al sentir su presencia, entreabriendo un ojo.
- Buenos días, dormilona.
La aludida gruñó, sin querer levantarse del todo. Era su primer día de descanso, y después de dos días en los que no habían dormido demasiado por la noche, comprendía que quisiera descansar. Pero él también había estado ansioso por tenerla a su lado durante la mañana, así que no había excusas. Ya podrían descansar más tarde.
- Venga, que hoy tenemos que dejar la habitación del hotel, preciosa. ¿Y si aprovechamos la bañera por última vez?
La joven abrió de nuevo los ojos ante esa propuesta, rodeando con los brazos a Grant, tumbado a su lado. El chico rió, besándola, mientras cargaba con ella hacia la ducha.
- Creo que salvarte la vida fue lo mejor que he hecho en mi vida.
- Creo que casi morirme ha sido lo mejor que ha pasado en la mía.- Contestó ella, sin dejar de fijarse en sus ojos verdes, mientras se iban adentrando en un baño donde pronto el vapor de agua lo cubrió todo.

- Así que ese joven te ha enseñado esto, ¿verdad? - Preguntaba Mary Ann, la madre de Mara, a su hija, sentada a su lado mientras leía distraída. La joven alzó la cabeza, asintiendo.- El mismo que te ha secuestrado durante dos días.
- Y que me ha ayudado a conseguir trabajo.- Añadió, aunque sabía que su madre ignoraría ese hecho.
- No me gusta.
- Mamá…- Suspiró ella, girándose y besando la mejilla de la mujer, que no dejaba de dar vueltas a los mismso tres links de internet, sin saber cómo crear la tienda que él había mencionado.- No va a robarme.
- Lo ha hecho ya.
- Fue solo un rarito.- Intentó defenderse ella, sonrojándose al recordar la hermosa velada a su lado.- No voy a dejarte, lo peor que me puede pasar es que se me caiga una librería encima.
- ¿Y no has confiado demasiado pronto en él?
- Dijo la mujer que se casó en las vegas a la semana de conocer a su marido…- Recriminó Mara, cogiendo un segundo el portátil cochambroso que tenían, y clickó donde ella consideró que debería estar la página de registro.
- Bueno, pero eso no tiene que repetidse. Quiero una boda en condiciones.
- Y luego yo voy rápido…- Susurró la joven, devolviendole el portátil a su madre.- Rellena lo que te piden, anda. Si de verdad funciona, puede que consigas ser una vendedora famosa.
- Sí, “Mary Ann Risen, sus bufandas de moda”.- El sarcasmo en la voz de su madre hizo que Mara no pudiera contener la risa, besando la mejilla de su mujer. Ambas estuvieron una hora peleándose con la página web, maldiciendo el internet de baja señal que tenían.- Cuando sea una mujer de éxito pienso contratar internet de alta velocidad.
El cambio de tono en la voz de su madre le hizo ver que había dejado de lado el escepticismo y el sarcasmo, y de verdad comenzaba a plantearse la posibilidad de tener esperanza, algo que tiempo atrás habían perdido. Mara sonrió. Grant no solo le había devuelto la ilusión a ella, también se la había dado a su madre. Y, sin duda alguna, las navidades volvían a cobrar sentido.

A pesar de haberse vestido con sus mejores galas, Mara supo, nada más llegar a la entrada de la casa de Grant, que seguiría siendo una mujer de una clase social menor y sin ninguna posibilidad de pasar por alguien con el estatus de los dos hombres que la miraban intentando no mostrar signo de reproche por su aspecto.
Grant recogió el abrigo de la joven y se acercó a ellos. Seguramente sería su imaginación, pero los veía como gigantes, y ella siendo una hormiga.
- Mara, estos son mis padres, James y Catherine.- Comentó, extendiendo un brazo hacia ellos mientras lo hacía. Luego se giró y miró a sus padres.- Papá, mamá, ella es Mara.
- Encantada, cielo…- comentó la mujer, agachándose para besar las mejillas de la joven. Mara sonrió, nerviosa y titubeante, mientras miraba sus pies. No podía andar con ese tacón, seguro que había alguna ley física que impedía que fuera posible andar con eso. Sin embargo, dio un paso hacia atrás sin hacer atisbo de tropiezo, lo que puso casi más nerviosa a la joven. Su madre tenía razón, no eran dignos de confianza, seguro que tenían algún pacto con el diablo.
Antes de resultar maleducada, se giró y saludó del mismo modo a James, quien sonrió algo seco al contacto con su mejilla. Miró de nuevo nerviosa a Grant, quien volvía de colgar los abrigos.
- ¿Quieres ver la casa, Mara? Seguro que mi hijo quiere enseñarte donde vive.- Propuso Catherine, tal vez notando el nerviosismo de Mara, o simplemente queriendo alardear de lo bien decorda que tenía la casa, algo completamente cierto.
Grant asintió, rodeando a la invitada con su brazo mientras iba señalándole las distintas habitaciones. Llegaron al cuarto del chico, donde cerró la puerta con suavidad mientras ella iba a la estantería al final de la estancia, junto a la ventana.
- No sé por qué, pero supondría que te gustaría.- Rió él, sentándose en la cama mientras Mara seguía cotilleando. Volvió a la cama con un bloc de notas de mediano tamaño, seguramente lleno de garabatos antiguos de Grant. El joven suspiró.
- Son bonitos.- Comentó ella, sintiendo cómo Grant la rodeaba con los brazos mientras iban hojeando los dibujos. - Eres increíblemente meticuloso.
- Creí que ya te habrías dado cuenta de eso.- Bromeó él, sin soltar su cintura mientras besaba con suavidad su cuello.- Me encanta tomar los dibujos con detalle, pero por culpa de eso, nunca estoy satisfecho con lo que hago.
- Deberías cambiar de parecer si vas a dedicarte a ello.- Sonrió ella, besando su mejilla. Grant suspiró.
- ¿tengo que hacerlo?
Mara alzó las cejas, algo desconcertada.
- Creí que querías hacerlo.
- Bueno, y quiero, pero mis padres…
Mara rió.
- Deberías enfrentarte a ellos. Aunque solo sea una vez.
Suspirando, Grant cedió y asintió.
- No debí haber accedido a hacer esto en su momento.
- Mala suerte.- Bromeó ella, levantándose. Grant abrió la puerta de su cuarto, cediéndole el paso. Fueron al salón, amplio, con las paredes cubiertas por cuadros de diferentes autores. La joven se detuvo, observando la suavidad de las trazadas.
El padre de Grant apareció a su lado, sobresaltándola.
- Son unos cuadros preciosos.- Comentó ella, volviendo unos segundos la vista hacia el hombre. Él asintió, suavizando su expresión.
- Grant creció viendolos, creo que por eso es tan buen artista.- Sonrió, sorprendiendo a Mara. No era como cuando se presentó, aquella era una sonrisa sincera, no como la de la presentación.- ¿Los has visto? Sus dibujos digo.
- Sí, son hermosos.- Asintó ella, sonriendo.
- Es tan crítico que creo que por eso nunca quiso vivir de ello.
Mara miró al hombre, que no dejaba de admirar el cuadro con la vista perdida. ¿Podría ser que todo aquello fuera un malentendido?
- ¿Y por qué no le dice lo que opina de su arte?- Propuso, intentando no sonar muy mandona.- Creo que le vendría bien un poco de apoyo…
- Sería un médico pésimo, ¿verdad?- Bromeó el adulto.- Su madre está ilusionada con la idea, sin darse cuenta de que nuestro pequeño se desmaya al ver sangre.
Aquel cambio de actitud sorprendió a la joven. Esperaba que la persona amable fuera Catherine, pero James había demostrado ser bastante más agradable de lo que una primera impresión le había hecho creer.
- Hablaré con ella para convencerla de que nuestro hijo no tiene madera de médico.- Susurró, al ver que Grant se acercaba al comedor con una bandeja de asado.- Ella también debería seguir su sueño de abrir un restaurante. Estas van a ser las Navidades del cambio.
- Suena muy bien.- Rió Mara, ilusionada al ver la aceptación de James hacia la vocación de su hijo. Las cosas iban a resultar mucho más fáciles ahora.

La mañana de Navidad, Mara consiguió convencer a su madre para dejar de lado una casa vacía y sin espíritu navideño y pasar la fecha en casa de Grant. James había cumplido su palabra y, pese a que al principio Catherine se había mostrado reacia, habían accedido a hacer feliz al joven.
Al parecer, los tres días de prueba del mundo de las maravillas de Mara habían acabado, y Grant tuvo razón. Se era más feliz haciendo lo que se quería, que siguiendo sueños ajenos.
Ambas invitadas observaron la mesa con ilusión, aprovechando que la familia estaba en la cocina acabando de decorar los platos. Mara se acercó bajo el árbol y dejó los detalles que había comprado para todos, así como un paquete un poco más grande para Grant.
Se detuvo, observando que habían tenido el detalle de ponerle un regalo a su madre, y que había algún que otro paquete con su nombre.
- ¡Eh! ¡No vale adelantarse!- Se chivó Grant, corriendo a abrazarla, ahora que su madre había salido de la sala. Mara rió, besándole, mientras bailaban lentamente al son de los villancicos que echaban en la radio.- Ya habrá tiempo después de comer.
- No era eso, estaba dejando los nuestros…- Murmuró ella, sonriendo mientras iba a la mesa.- ¿Qué tal tus navidades sin pensar en volver a la universidad?
- Bueno, he abierto una tienda como la de tu madre y ya he vendido un par de cuadros viejos.- Comentó él, animado.- ¿Y tu madre?
- Estas navidades ya ha enviado diez paquetes a correos. Mañana tenemos que ir a por lanas de nuevo.
- Me alegra ver que habéis logrado salir adelante.- sonrió él, invitándola a sentarse con los modales de un caballero. Mara sonrió, besando a Grant antes de sentarse. Pronto todos estuvieron ante la mesa, y una comida de navidad tan animada como ninguna que hubiera tenido en los últimos cinco años, dio comienzo.

- Mara, deja de mirar los regalos de reojo, no seas niña.- La acusó su madre, mientras tanto James como Catherine se reían con suavidad.- Estás despreciando las deliciosas pastas de tu suegra.
Un sonrojo cruzó las mejillas de Grant y Mara, los cuales se miraron de reojo antes de volver a mirar sus tazas de café, ya vacías. Los adultos rieron con suavidad.
- Bueno, están muy ricas, pero había hecho muchas.- Defendió Catherine a la joven.- Además, yo tampoco quito los ojos de ese árbol, me parece que hay más regalos que esta mañana, Mary Ann.
- Uy, pues no sé, habrán sido duendes.- Disimuló la madre, levantándose al ver que ambos anfitriones lo hacían. Mara sonrió, mirando a Grant.
- Parece que se llevan bien.- Comentó, siguiendo al joven hacia el árbol.
- Y el vino también ayuda.
Comenzaron a repartirse los regalos, a los padres de Grant les había comprado dos libros, uno de arte para el padre, quién parecía muy interesado en la cultura antigua, y otro de viejas recetas que había encontrado en la tienda para la madre. Mary Ann les había hecho una bufanda a cada uno, incluidos ellos. Por otro lado, ella había recibido un sueter de parte de los padres de Grant y un gorro grueso de su madre. Mary Ann recibió varios libros de patrones para su nueva incursión en el mundo de la costura. Pronto solo quedaban los regalos de Mara y Grant, que parecían haberse quedado para el final a posta.
- Mary Ann, voy a abrir esta botella de cognac que mi mujer ha comprado, ¿quieres un poco?- Propuso James, levantándose del sofá. Ambas mujeres también lo imitaron mientras los jóvenes se quedaban a solas.
Mara les agradeció el gesto con una sonrisa, acercándose al único regalo que quedaba bajo el árbol con su nombre. No era muy grande, más bien era rectangular, y casi quedaba escondido bajo el gran regalo de Mara. Claro, que el de Mara era enorme más bien.
Abrió la caja, para encontrarse una pulsera dorada dentro, con pequeñas estrellas que colgaban de la cadena principal, brillando y reflejando la luz del árbol de navidad.
- Es preciosa, Grant…- sonrió, sonrojada, mientras le tendía la pulsera para que la cerrara sobre su muñeca. Él sonrió, besándola.
- Hay algo más, mira bajo la espuma.- Comentó, ella obedeció, quedándose un rectángulo del almohadón que usaban como base para la pulsera. Debajo había lo que parecía un carnet.
- “Mara Risen… estudiante de literatura”.- Se quedó pasmada, observando el carnet universitario tan parecido al que ella había utilizado cinco años atrás.
- He conseguido convalidarte unas cuantas asignaturas de tu plan de estudios, gracias a tu madre. Estás a media jornada y con un plan a distancia, pero supuse que te gustaría.
Mara se quedó sin palabras. Su sueño, finalizar su carrera, teniendo además dinero para subsistir del negocio de antigüedades y de la tienda de su madre. Su voz se quebró cuando quiso hablar, y se limitó a besarle, tirándole contra la alfombra sin preguntarse si le estaban mirando o no. Las lágrimas asomaron por sus mejillas mientras seguía preguntándose qué había hecho para merecerse a alguien tan bueno como Grant. El joven sonrió, besando su frente.
- Te gusta la idea de tirarme al suelo, ¿verdad?
- Idiota…- susurró ella, incorporándose mientras le tendía su regalo.- Ahora el mío parecerá una basura.
Él negó, abriendo el regalo. Dentro había distintas pinturas, un lienzo y un caballete que había encontrado en la tienda de antigüedades. Había aprovechado para completar el regalo con la invitación a un curso privado sobre arte. El joven se quedó igual de boquiabierto.
- es… es increíble Mara.- Comentó él, sin dejar de mirar todos los instrumentos, estaban en perfecto estado.- Muchísimas gracias, cielo…
Ella sonrió, besándole con suavidad antes de levantarse.

Aquellas navidades siempre guardaron un lugar especial en la mente de Mara. No fue solo por el hecho de conocer a Grant, sino porque se dio cuenta, por primera vez en muchos años, que existía algo más que la simple ilusión en las navidades. Se dio cuenta que, por muy mal que te trate la vida, no hay que perder la esperanza.
Porque siempre habrá vientos de cambio.

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